Dultas y Dorian tenían costumbre de enviarse cartas en blanco para que nadie salvo ellos entendiera lo que quería decir: «reunión privada a medianoche en la playa». Desde los once años tenían costumbre de hacerlo cuando querían hablar de algún asunto importante y en privado. Normalmente el objeto de dichas reuniones era el debate y conversación larga y amena sobre cualquier tema, pero esa noche algo en el aire se sentía diferente, como un mal presagio.
Tras terminar de cenar en casa con Claire y Derek, salió directo al lugar de encuentro a buen paso. Al llegar, Dorian ya se encontraba ahí; andaba nerviosamente con el ceño fruncido y la mirada inquieta. Dultas se acercó a su primo lentamente a la espera que notara su presencia.
— ¿Dorian? ¿Qué es lo que ocurre? ¿Hay noticias de Silianna?
Pronunció aquel nombre con voz queda temiendo que se oyera el sentimiento que le acompañaba. Nunca se lo había confesado a nadie, ni siquiera a sí mismo al no querer admitirlo, pero en lo más profundo de su subconsciente sabía que la amaba. Y aunque se mantenía firme con la idea de que era mera y superficial atracción, sentía desbocado el corazón a la espera de que su primo le respondiera. ¿Habría vuelto sin que él lo supiera? ¿Estaba herida? ¿Había preguntado por él?
—No, no las hay. —Al escuchar aquello sintió un gran abatimiento, hundiendo los hombros con pesar—. Y justamente de eso quiero hablarte; he tomado una decisión, y no quería irme sin avisarte. Me voy en su busca, Dultas. No puedo quedarme aquí de brazos cruzados esperando a que algún dios nos ayude.
— ¿Qué? —De todas las posibles cosas que se esperaba, para nada habría pensado que le anunciara aquello—. Pero, Dorian, jamás has salido de tu palacio, y si vas tras ella eso supone dormir en el desierto y saber defenderte y…
—No soy tan inútil en el combate como parece, y sé defenderme con mi magia.
—Sí, con agua, pero en el desierto no es algo que abunde. Y aunque oficialmente seas un mago, te recuerdo que tu nivel es tan básico que para hacer uso de tu magia necesitas agua cerca de ti.
—Sabré apañármelas, es por mi hermana.
— ¿Y con quién irás? ¿Tu padre te deja llevarte al comandante de la guardia?
—No le he pedido nada ni lo haré; iré solo.
Dultas no pudo evitar soltar una sonora carcajada. No sabía si era porque le resultaba ridículo o valiente.
— ¿Solo? ¡Ahora sí que puedo confirmar que estás loco! Por todos los Elementales, Dorian, ¿por dónde empezarás? ¿Cómo sobrevivirás en la intemperie sin nadie? ¿Acaso buscas la muerte?
—Voy solo porque nadie debe saberlo. Esto lo hago por Silianna.
— ¿Y tu padre? ¿Te deja irte sin más?
—Él no lo aprueba. Por eso te digo que…
—Entonces iré contigo.
Lo había dicho sin pensar, pero habían sido palabras sinceras. No dejaría solo a su mejor amigo y primo, y aún menos permitiría que se llevara los laureles cuando fuera a rescatar a Silianna. Si alguien debía ser su héroe, sería él.
—No, Dultas. Es algo que debo hacer yo mismo. Tienes razón, he estado toda mi vida entre algodones. Es hora de que salga del nido y aprenda a vivir por mí mismo, sin depender de nadie. Y si esto es arriesgado, entonces que solo sufra la pérdida de un Vermonth.
—Oh, Dorian, sabes perfectamente que soy menos valioso que tú si empezamos por esos cauces…
—Si te he llamado para contarte esto no era para pedirte que me acompañaras. Sabía que lo dirías, pero rechazo tu ayuda. Tú debes quedarte aquí, con mi hermanastro. Derek necesita estar alejado de Vulsa y de todos sus fantasmas.
— ¿Desde cuándo te preocupa?
No contestó pero pudo percibir una extraña mirada reflejada en sus ojos. No supo discernir su significado.
—Sabes que no voy a poder dejarte ir sin más, ¿no?
—Dame tu bendición y no se hable más. Si Silianna regresa a casa, necesitará un amigo a su vuelta.
— ¿Y ese amigo se supone que soy yo?
—Te tiene más afecto del que crees, el problema es que estás tan obcecado en ocultar tus propios sentimientos que no ves los suyos.
Anonadado y sin palabras, no supo qué responder. ¿Los sentimientos de Silianna? ¿Por qué tendría que importarle? Dultas era un hombre libre que disfrutaba de las relaciones sin mañana, sin ataduras, y así sería hasta al menos mucho tiempo. ¿Entonces por qué al oír a Dorian sentía un súbito gozo? ¿No debería causarle indiferencia?
—Adiós, primo. Espero que nos veamos pronto. Me iré mañana al alba. Esta será la última vez que nos veamos hasta mi regreso.
Abrió la boca de nuevo para rechistar, pero el asunto estaba zanjado desde el inicio independientemente de lo que pudiera decir, consciente de que para Dorian había algo más importante que su vida en juego: su orgullo.
A pesar de que era de noche, los rayos de luna le dejaban ver la determinación de Dorian reflejando sus tensos músculos y sus profundos ojos azules oscuros que le decían «esto es un asunto entre hermanos, no interfieras.» Desde siempre le había querido como un hermano. Sin embargo, habían aprendido a respetar las decisiones del otro. Hoy no sería el día en que rompiera aquél código de honor. De todas formas, por mucho que quisiera irse con Dorian, tenía asuntos importantes que atender, independientemente de Derek o del negocio de la tienda.
«Asuntos que ni siquiera tú aprobarías, Dorian. Por lo tanto, no puedo negarte este capricho de querer jugar a ser el héroe a pesar de que tu alma sea la de un poeta melancólico.»
Abatido por el probable suicidio de su primo, aceptó su despedida con un asentimiento. Se acercó a él y le agarró con fuerza el antebrazo sin apartarle la mirada.
Y aunque prometieron volverse a ver, ninguno de los dos estaba seguro de ello.