Pocos son los hombres que saben la existencia de los orbes,
poderosas armas creadas por los dioses
terminantemente prohibidas para cualquier mortal.

Sin embargo, el aparente equilibrio pactado
entre las divinidades se ve amenazado cuando
vuelve a despertar el ser que fue más poderoso que los dioses.

En un mundo donde han regresado los
tribales rituales de sangre, los dioses se ahogan en su propia sed de poder y
los hombres se dejan engañar por sus propias mentiras,
la muerte resurge como única forma de salvación…

La última Era de los Elementales comienza
esta noche, en la que una joven amnésica despierta de un sueño olvidado para
adentrarse en otro repleto de horrores.

Maldecida por su codicia olvidada, el
lenguaje de la magia parece volverse en su contra.

Sólo los ecos de su pasado
conocen su sino; pero únicamente ella decidirá si lo alcanzará a través del
camino de la sabiduría y la fuerza… o de
la envidia y la demencia.


Ecos del pasado I: La danza del fuego

viernes, 30 de octubre de 2015

¡Hora de presentarme!


Todo tiene un comienzo. El mío  como novelista se encuentra aquí.


Ecos del pasado, autora Leila Bentahar Palate

Estudiante en Derecho y ADE en Madrid, 23 años



Este blog está dedicado a la saga Ecos del pasado, siendo en cualquier caso, una obra de la que estoy muy orgullosa. Es un proyecto que llevo construyendo en mi mente desde la adolescencia, producto de mi pasión por los libros, y en especial por todo lo relacionado con la magia y mundos ambientados en épocas pasadas.

Además de tener una gran imaginación, al provenir de una familia multicultural tengo mayores facilidades para entender diferentes culturas y costumbres, cosa que poco a poco intento retratar en mi saga.

Esta obra es para mí una oportunidad de dar a conocer todo un mundo donde he podido y podré, en las siguientes novelas, reflejar mis experiencias y reflexiones conjugado con la maravilla que prodiga la fantasía.

Por ello, espero así haberos animado a adentraros en el universo de Ecos del pasado, y a pasar un buen rato de lectura acompañados de la música de fondo del blog. 

Gracias por darle una oportunidad a Ecos del pasado. 





martes, 27 de octubre de 2015

¡¡Y aquí, la segunda parte del primer capítulo!!

Aquí va la segunda parte del capítulo 1: Vacía de Ecos del pasado. 



Espero que os guste, ¡y no dudéis en opinar, encantada responderé!





1. Vacía (2º parte)



Derek estaba sentado en el alféizar de la ventana contemplando la lluvia caer en silencio. Esa noche era tranquila; tanto que aburría. Llevaba así casi una semana. Era cierto que la decisión de haber ido a casa de su primo había sido suya por razones que en aquel momento no le apetecía recordar. Pero empezaba a preguntarse si realmente había sido buena idea. Allí no pasaba nada, y no es que quisiera que hubiera algo especial, pero sencillamente no ocurría nada de nada. La soledad no le importaba, estaba acostumbrado a ella, pero la monotonía le resultaba pesada.
  La casa había sido construida a las afueras de la ciudad en las lindes del bosque que la rodeaba, de dimensiones grandes y espaciosas, cosa que no entendía muy bien pues su primo vivía solo y pocas veces recibía visitas. Sin embargo, la casa estaba equipada para acoger a al menos seis personas. Y allí solo vivía una; bueno, ahora dos, pensó. 
  Resopló por tercera vez desde que había empezado la tarde y se levantó perezosamente. Acababa de anochecer y su primo aún no había regresado. Trabajaba en una tienda que se dedicaba a la venta de artilugios de toda clase. Para ser sincero, nunca había puesto un pie en la tienda, por lo que realmente no sabía muy bien qué se vendía allí, pero su hermanastra le había asegurado que poca cosa interesante solía haber. 
  «Las cuatro veces que he estado allí me resultaron una pérdida de tiempo, ¡no hay nada útil! Aprecio mucho a Dultas, pero esto es estafar a la gente», le solía decir su hermanastra Silianna. 
  Cada vez que pensaba en ella no podía evitar sonreír. Siempre que se sentía indignada por algo ponía los brazos en jarras. Su carácter a menudo espantaba pretendientes, pero era una cualidad apreciable en las artes de la guerra a las que pertenecía.
  —Sí… un soldado de verdad, de las que no abandonan… —recordó con una amarga sonrisa Derek—. ¿Tanta valentía para qué? Ahora ya da igual, ha servido de poco.
  Silianna era una de las mejores en el ejército de tierra, y pertenecía al escuadrón que estaba destinado a la defensa de Lon’thara, la ciudad donde vivía. De las diversas tareas que se le encomendaban, una de ellas era partir en misiones de exploración al sur de la ciudad.
  Derek no tenía mucha más idea al respecto, no le interesaban las artes de la guerra. La magia le inspiraba más, le resultaba apasionante y poderosa, la cosa más bella —aunque peligrosa— en el mundo. Las armas en realidad eran la alternativa para los que no gozaban del don de la magia.
  Derek era el último de los cinco hijos de la venerable familia Vermonth, respetada y conocida por su fuerte y profundo vínculo con las artes mágicas del mundo marino. Además poseía la flota más poderosa de las tierras meridionales, la única que podría hacer frente a los temibles drakkares de los Hielos de Mundras, nación vecina de Lon’thara, separadas únicamente por un espumoso mar. 
  Desde hacía ya decenios se había declarado territorio hostil, y aunque no había habido desde entonces enfrentamientos directos, siempre había que andarse con cuidado y bien preparados para afrontar los imprevistos. 
  Si se decidiera declarar la guerra contra los fieros guerreros de los Hielos de Mundras, temidos por toda persona sensata o no, era imperativo tener una defensa marítima invencible. Además, desde hacía un tiempo, se rumoreaba que en aquellas tierras heladas se había descubierto un artilugio de gran poder, jamás visto en siglos. 
  Incluso si ese rumor fuera incierto, eran famosos por la velocidad de sus navíos, que superaba con creces a la de cualquier barco de categoría normal. Pero lo peor no eran sus barcos, sino sus guerreros: sin piedad, sin miedo y letales, entrenados para el honor de sus tribus. Se decía que eran como semi-gigantes que superaban el doble de tamaño humano, que no necesitaban dormir más de tres horas al día y que podían soportar semanas sin alimentarse de nada más que la sangre de sus víctimas. 
  Aunque estas últimas apreciaciones parecían salidas de un cuento, nunca se podía estar seguro de hasta qué punto la realidad y la ficción coincidían. Aun así, tenerlos como enemigos era un mal plan. Y allí es donde jugaba su papel la familia Vermonth. A partir de las habilidades arcanas de sus miembros, proveían a la flota de Lon’thara del poder de controlar las mareas a su antojo y de provocar tormentas, hechizos de alto nivel que pocos podían ejecutar. 
  A pesar de formar parte de una familia de tal notoriedad, Derek no se sentía realmente perteneciente a ella. Aunque llevara el nombre y blasón de la familia —un tridente dorado rodeado de una cadena de acero en su mango—, Derek era en realidad un hijo ilegítimo. Como en toda familia de prestigio y fama, poder y dinero, no puede faltar un cabeza de familia que se permite todo tipo de caprichos. Y entre ellos el carnal. 
  El padre de Derek, Itgard Vermonth, era un hombre de gran influencia en la ciudad. Pocas personas podían u osaban oponerse a él, pues aparte de un nombre, tenía un puesto muy importante. El de Gran Arcano. 
  La ciudad de Lon’thara pertenecía al continente Dorado, que junto al Plateado y el Olvidado constituían el dominio de los Elementales: los dioses. El mundo se dividía en seis grandes naciones, cada una perteneciente a un Elemental, los cuales poseían su propia fuente de poder: magia de luz, acuática, natural, oscura, onírica y de la forja. Así, los humanos desarrollaron sus civilizaciones a partir de estas seis ramas arcanas. 
  En los albores de la humanidad, los Elementales habían decidido regalar una pequeña parte de su infinita magia a los humanos, pudiendo éstos a su vez conocer el gozo de controlar las ramas arcanas. Los habitantes de cada nación eran portadores de una u otra rama, transmitiéndose el don de generación en generación. 
  Si bien cada nación creada artificialmente representaba en cierto modo a cada Elemental, los hombres habían aprendido a crear sus propias jerarquías; la mayoría de las ciudades de cada nación eran gobernadas por los Grandes Arcanos. Uno de ellos era Itgard Vermonth, maestro en la política, diestro en la magia de la rama acuática y uno de los gobernadores de la ciudad de Lon’thara. Los Grandes Arcanos eran elegidos por los Elementales al dedo, y éstos decidían cuánto tiempo servirían como tal. 
  Para el común de los mortales, los seis Elementales eran todo un misterio. Se sabía que en apariencia y en carácter no se diferenciaban mucho de los humanos, pero rara vez se dejaban ver o se sabía de sus asuntos, pues ellos residían en otro plano atemporal.
  La mayoría de ellos delegaba en los Grandes Arcanos casi todo el ejercicio de poder. Itgard Vermonth era quien ejecutaba los planes de su dios sin gran discrecionalidad salvo para las banalidades. Al ser de la rama acuática, el Elemental que se encontraba por encima de él era Drian el pacificador, pues era conocido por sus habilidades diplomáticas, que más de una vez habían evitado que el continente Dorado entrara en guerra con las tierras heladas del continente Plateado. 
  Itgard Vermonth jamás hablaba de la madre de Derek. Firme en su decisión de protegerse a través del silencio, para él ella había dejado de existir en su memoria cuando dieciséis años atrás había fallecido en circunstancias misteriosas. Derek apenas recordaba su rostro, pues partió cuando él apenas tenía seis años. 
  Debido a su condición de ilegítimo, el resto de la familia lo toleraba mínimamente y era prácticamente rechazado como vástago de los Vermonth. Como solía ocurrir en estos casos, la culpa la tenían madre e hijo, nunca el padre, quien se podía permitir descuidos, y más siendo un hombre poderoso al que no se debía discutir. 
  Al tener sus tres hermanastros mayores un claro vínculo de indiferencia con él, Derek casi prefería que lo odiasen, y al menos así manifestarían alguna clase de emoción o sentimiento hacia él. 
  Sin embargo, Silianna era diferente; como hija mayor de la familia, tenía una serie de responsabilidades de mayor peso que el resto; a pesar de ser una mujer, era la heredera legítima de la familia, y quien sucedería como líder de los Vermonth en cuanto Itgard decidiera pasar el testigo. 
  Como cabeza de familia futura, tenía gran parte de las cualidades ideales para ello: era firme y disciplinada, con carácter pero diplomática, inteligente, sagaz y paciente. Y aunque la ambición no fuera algo esencial para ella, era lo suficientemente astuta para saber que una mujer de su posición debía de ir a por lo mejor. Como soldado, su formación militar había sido impecable y con sus veintisiete años estaba al mando de todo un escuadrón, gozando el puesto de capitana junto a su admirada general de la que hablaba a menudo con gran respeto y veneración.
  Había logrado no caer en los caprichos de la nobleza, y siempre que podía demostraba el gran afecto y amor que sentía por su familia. Derek no era la excepción en su caso; jamás lo había tratado distintamente respecto a sus otros hermanos ni lo consideraba inferior, sino todo lo contrario. Era la única persona que Derek se sentía autorizado a querer, ya que siempre había estado allí. Y sin embargo, ahora Silianna había desaparecido. 
  Tres meses atrás, el quinto escuadrón —que era al que pertenecía ella—, especializado en la defensa y patrulla de la ciudad, había partido en una misión que Derek desconocía. 
  Desde que dicho escuadrón partió no se supo más ni de ellos, ni de lo ocurrido, e Itgard afirmaba no saber nada. Derek no le creía, convencido de que como Gran Arcano que era forzosamente debía estar al corriente de la situación pero no se atrevía a preguntárselo directamente y deducía que no decía nada porque sabía que la verdad era dolorosa: que Silianna no volvería jamás. 
  Tras tres parpadeos, volvió a la realidad, contemplando lánguidamente la lluvia caer desde la ventana de la casa de su primo. Tras varios minutos en su ensimismamiento, se dio cuenta de que ya le cansaba el mismo panorama. «Creo que por hoy ha llovido suficiente.»
  Empezó con una profunda inspiración, e hizo lo que no tanta gente podía hacer, solo unos pocos privilegiados: magia. Se concentró en el repiqueteo de las gotas al chocar contra los cristales de la casa, y sintió cómo caían sobre la fina hierba, depositándose delicadamente. Viajó a través de su mente en busca del recorrido al que estaban destinadas dichas gotas, el origen de sus aguas en la montaña más allá del bosque, donde discurría el torrente por los ríos y riachuelos, para converger un todo en el océano, fundiéndose con la gran inmensidad, volviendo a ser uno solo. El trayecto del que venían dichas aguas continuaba con su condensación en vapor que ascendía en el inmenso azul del cielo, sufriendo una transformación a nubes pesadas, hinchadas y grises amenazando con caer con fuerza. Como ahora hacían, se arrojaban al vacío para, de forma natural, volver a repetir su eterno ciclo vital. Derek se concentró en todo ello repitiendo el proceso una y otra vez hasta que durante un breve instante, él mismo fue una gota de lluvia. Entonces, pasó de ser la gota a ser la lluvia, y de ser la lluvia a ser la nube; ahora la controlaba, era suya. Con un gesto, bajó la mano y la desplazó hacia la derecha; era dueño de aquella masa, y la hizo desaparecer en pequeñas partículas de aire, como si nunca hubiera existido.



Abrió los ojos para dejar de ser una nube en el cielo y volver a ser un joven en una casa en el bosque. Parpadeó sin más como si lo que acabara de hacer fuera poco más que un truco de nivel básico. Derek ya no era un niño, y aunque aún le quedaba mucho por aprender, su control sobre la rama acuática era destacable; le esperaba un futuro prometedor. 
  Satisfecho con el resultado, volvió a mirar a través de la ventana. Ya no llovía.





¿Qué impresión os ha dado Derek? Aquí aparece el primer atisbo de magia, más bien poético, pero presente. 
Explicamos un poco el funcionamiento del mundo de Ecos del pasado, pero sin abrumar al lector. Espero que hayáis disfrutado con la lectura de Ecos del pasado, y veros en la próxima entrega


¡Un saludo desde Lon'thara!

domingo, 18 de octubre de 2015

¡¡Tras más de un año en silencio, quisiera compartir con todos vosotros el primer capítulo de mi novela, La danza del fuego!!

Cada semana subiré un fragmento del primer capítulo, desvelándoos poco a poco mi historia.

Con esto, empieza la aventura de la saga Ecos del pasado. El primer capítulo es el más corto de la novela fantástica, pero también clave puesto que es el primero, y el que os introduce al mundo de Ecos del pasado. Espero que os guste y os haga querer saber más sobre este universo nuevo, creado desde 0 :)


¡¡Disfrutad de la lectura de Ecos del pasado!!





1. Vacía (1º parte)


Dicen que quien posea el último de los orbes tendrá en sus manos la verdad absoluta; que sabrá entonces la expansión de los mundos, los árboles de cada bosque y cada una de las estrellas en el cielo. Conocerá el nombre de todas las cosas y la razón de la existencia de todo ser. El conocimiento será suyo; solo con pedirlo, lo poseerá. Su poder abarcará desde la noción de las propiedades del eucalipto hasta el dominio de las artes más oscuras. Será el equivalente a un dios.
  Pero también dicen que poseerlo conlleva un precio: tan elevado, que solo las almas desesperadas buscan el orbe. Nadie sabe cuál es dicho precio, y lo prefieren así. 
  Al fin y al cabo, ¿no es la ignorancia la clave de la felicidad?




La luna centellaba débilmente, como si le atemorizase salir, temiendo ser vista. De todas formas gran parte de aquel cielo estaba cubierto de nubes, que dejaban caer una fina cortina de lluvia.
  Sentía gotitas de agua fría sobre la piel. Apenas había salido de su previo estado de inconsciencia; lo justo para percatarse de que se encontraba tendida en la hierba fresca y mojada. Su mirada carecía de expresión, fría y estática como un agujero sin fin. Tenía la impresión de que abría los ojos por primera vez, como si nunca hubieran sentido o visto nada. Tal vez fuera por la lluvia que caía sobre ella, o sencillamente fuera el hecho de que ya nada recordaba; todo en ella estaba vacío. 
  Se incorporó poco a poco sin demasiada prontitud al no tener orientación alguna ni sentido del equilibrio. Un leve mareo la hizo tambalearse ligeramente, por lo que procuró que cada movimiento que realizara fuera lento y sosegado. Al fin de pie, echó un vistazo a su alrededor y observó.
  Se encontraba en medio de una especie de bosque frondoso. Podía respirar el olor a hierba y tierra mojada, y por el verde que asomaba cualquier lado donde mirase, podría decirse que la lluvia era moneda corriente en aquel lugar. 
  Tras un buen vistazo a la negrura que la rodeaba, empezó a andar sin saber bien qué dirección tomar. En el momento en que apoyó un pie sobre el suelo, sintió un ligero pinchazo en la rodilla, obligándose a doblarla con una mueca de disgusto. Sus faldas de color morado oscuro estaban hechas jirones y por el color de la mancha que había sobre la tela se podía hacer una idea de la herida que escondía.
  — ¿Cómo me lo he hecho…? —Su voz era rasposa y ahogada, como si llevara años sin hablar. Tosió varias veces con el fin de aclararse la garganta—. He de continuar, no puedo quedarme aquí sentada…
  Justo cuando reemprendió el camino esforzándose por no cojear, se paró a pensar. 
  « ¿Dónde estoy? ¿Adónde voy? » 
  De repente se dio cuenta que ni lo sabía ni entendía exactamente lo que hacía sola en medio de un bosque. Un frío sudor le recorrió la espalda; tampoco recordaba quién era.
  Alzó la vista hacia el cielo. Las gotas caían cada vez con más fuerza y más frías sobre su cuerpo. Pero lo que le helaba la sangre era la sensación de pérdida absoluta. No sentía nada en su interior. 
  «Me siento… vacía.» 
  Anduvo sin parar durante unos minutos. Se imaginó que alguna salida habría; al fin y al cabo no podía ser infinito aquel bosque. La orientación no era algo que se le diera muy bien. No había sendero alguno que seguir, solo el instinto, que al menos, se dijo a modo de consuelo, era algo que no le fallaría.
  Los minutos —o tal vez horas— pasaban, y sin tener en cuenta el sonido de la lluvia, la quietud era absoluta. Una inquietante brisa le estremeció el cuerpo y una terrible angustia le atravesó la garganta, sintiendo de pronto la urgencia de salir lo antes posible de allí. No le gustaba aquel lugar, todo parecía igual, árboles y más árboles. Se tropezaba de vez en cuando con alguna rama traicionera, y los arbustos más rebeldes le arañaban la piel. 
  Se paró un instante, nerviosa, perdida y confusa. Volvió a mirar al cielo; ya no llovía. Y sin embargo aún sentía gotas resbalar sobre su rostro. Seguían siendo frías como puñales.
  Las lágrimas se deslizaban silenciosas por sus mejillas. Se pasó su sucia manga por el rostro, frotando frenéticamente mientras apretaba con fuerza los dientes. No soportaba aquella situación.
  — ¡Dónde demonios estoy! ¡Estoy harta! —Le temblaba la voz, sintiéndose frágil y vulnerable—. ¡Por favor…! —La desesperación empezaba a adueñarse de ella.
  Le temblaba todo el cuerpo. Quería pensar que era fuerte, pero el desamparo que sentía en su interior le superaba. Aun así, siguió andando. De todas formas estar parada en medio de la nada tampoco era una solución.
  «No —pensó—, no puedo hundirme. No aquí, no ahora. Lograré encontrar la salida, y luego… luego pensaré en el resto.» La joven caminó, decidida por fin a salir de allí de una vez por todas. La luna arrojaba su tenue luz sobre ella mientras la observaba; acompañándola en su desdicha, testigo de sus inquietudes. Al mirar el astro a su vez, inconscientemente dejó de sentirse tan perdida. La luna estaba más fría y vacía aún, y eso a ella le reconfortaba.






¿Interesados en saber un poco más sobre el universo de Ecos del pasado

Pues ya sabéis, a leer y disfrutar :)